viernes, 2 de mayo de 2008

Abundancia o carencia

Con el lenguaje construimos nuestra realidad, somos lo que pensamos, somos lo que sentimos, somos lo que hablamos, somos lo que hacemos. Los sentidos del ser que expresamos, pensando, sintiendo, hablando o haciendo, forman nuestra forma de vida, cómo vemos el mundo y cómo nos relacionamos con los demás, se marca la forma constructiva o destructiva que cada uno decide vivir cada día, porque cada día es distinto, a veces nos damos el impulso hacia delante y otras amanecemos con ganas de boicotearnos y decidimos que el día no será tan luminoso. Es parte de nuestra naturaleza humana.
Mientras nos contactemos más con nuestra naturaleza divina, menos confusa y compleja nos parecerá la vida.
Tenemos una capacidad de autosanación y autogeneración por descubrir, en la medida que tomemos conciencia de quienes somos y que nuestra forma de vida puede ser mejor de lo que hoy creemos.
Si a los seres humanos del siglo pasado les hubiésemos contado que hoy gran parte de la población puede comunicarse por teléfono mientras camina por la calle, nos habrían dicho que era una locura, pero no es así, somos capaces de sorprendernos de los avances de la tecnología y creemos que puede avanzar mucho más, sin embargo no somos capaces de sorprendernos con nosotros mismos, de creer en nuestro potencial como seres humanos y creer que somos capaces de mejorar nuestra vida.
Nos cuesta creer que somos abundantes y nos centramos permanentemente en nuestras carencias. A veces amanecemos preguntándonos ¿qué nos falta hoy?. O lamentándonos porque no tenemos lo que el otro compró o lo que el otro vive. Vivimos una vida comparativa y centrada en logros más materiales, donde nos cuesta apreciar lo bueno que somos, lo bueno que tenemos o lo bueno de nuestra vida, hasta que eso bueno que había ya no está a nuestro alcance.
El otro día en el supermercado me tocó observar algo que me estremeció, una situación, tal vez trivial para algunos, pero que me acercó más a lo divino, aprendí de una viejita a apreciar mis recursos, tomé conciencia de algunas cosas que tenía un poco olvidada, en ese momento ella fue mi Maestra. Mientras compraba cecinas, se acercó una viejita con una pequeña chauchera y preguntó cuánto salía una torrejita de mortadela lisa, la niña le dijo que como $ 20 pesos, entonces ella mirando las moneditas que tenía, la pensó un rato, como dudosa de comprar una o más, tocaba las monedas como si fueran casi las últimas que le quedaban, frente a la presión de la vendedora, finalmente le dijo: entonces deme 2 torrejitas. La situación me hizo reflexionar. ¿Cuánto significan 2 torrejitas de mortadela lisa en tu vida? ¿En qué dimensión tienes tus recursos? ¿Cuán afortunada eres de tener los recursos para comprar 2 torrejitas de mortadela?
Si uno tomara un enfoque poniendo énfasis en los recursos que tiene, lo que soy para dar, lo que tengo para trabajar, lo que recibo para vivir en familia y en comunidad, cambiaríamos nuestros paradigmas, dejaríamos tal vez de hablar y de sentir desde nuestra sensación de carencias, que generan un permanente estado de insatisfacción.
Valorar los recursos personales y laborales, todos los que nos entrega la vida, a través de nuestras familias, de las empresas en las que trabajamos o tan sólo de nuestra existencia, reconocer las virtudes y los beneficios recibidos es una tarea pendiente para muchos seres humanos. Es una tarea diaria y permanente ligada al agradecer y al creer que hay cosas en la vida que a veces nos parecen inalcanzables y que sí es posible lograr, otra tarea pendiente entonces es trabajar nuestra Fe, creer que somos merecedores de cosas hermosas, de momentos hermosos, de ser seres humanos hermosos y valiosos.
La pregunta para la reflexión personal sería ¿cuál es mi enfoque hoy? ¿carencia o abundancia?